A los hijos de Cebedeo, pregunta Jesús: potestis bibere calicem quem ego bibiturus sum? ¿Podéis beber el cáliz que yo tengo de beber Esto mismo dice a nosotros desde el trono de su gloria, al que ha descendido. ¿Podéis beber el cáliz; podéis y tenéis bastante valor para beber el cáliz de mis dolores y atravesar el torrente de aflicciones que yo he atravesado?... ¿Tenéis bastante firmeza para sacrificar el placer ala obligación, la naturaleza a la virtud, la tierra al Cielo, el tiempo a la Eternidad?... ¿Contáis con fuerza bastante para soportar las sátiras del libertinaje, los desprecios de la impiedad, las persecuciones del mundo maligno?... ¿Suficiente constancia para llevar mi cruz y marchar siempre impávidos bajo el estandarte de mis ignominias? Potestis bibere calicem...? Porque al cielo se llega por un camino sembrado de cruces y trabajos.
Jesucristo promete la vida eterna pero ¿a quién? No a los dichosos según el mundo, sino a los que bebiendo del torrente de aflicciones que Él ha bebido primero, sufren, padecen, lloran: Beati qui lugent.
Él asegura una recompensa infinita así en el precio como en la duración; pero ¿a quién?, no a los que pasan la vida en placeres y delicias sino a los que, a imitación suya y por su amor, sufren desprecios, persecuciones, injusticas: Beati qui persecutionen patiuntur propter justiciam.
¿Veis, dice San Juan, ese brillante ejército de guerreros ilustres que, vestidos de ropas blancas y con palmas en las manos, rodean el trono del Cordero Divino? Sabed que todos han pasado por grandes tribulaciones y están allí porque sufrieron muchas penas y trabajos: Venerut de tribulatione magna...Ideo sunt ante thronum Dei. Amén.
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